Las eléctricas & telecomunicaciones

Hace décadas, AuroraTel era una empresa de telecomunicaciones admirada por su innovación. Sus redes conectaban ciudades enteras y su lema hablaba de “orden, eficiencia y progreso”. Con el tiempo, sin embargo, sus directivos llegaron a una conclusión peligrosa: la tecnología no solo podía comunicar… también podía disciplinar.

Cuando AuroraTel compró a Lúmina, una antigua empresa eléctrica nacional, el discurso oficial fue la sinergia. Comunicaciones y energía, decían, debían caminar juntas para construir un futuro inteligente. Lo que nadie imaginó fue que esa fusión daría lugar a un sistema de control sin precedentes.

AuroraTel impuso protocolos estrictos a empleados, contratistas y usuarios clave. No eran simples normas: horarios exactos, conductas monitoreadas, obediencia absoluta. Al principio, las sanciones eran administrativas. Luego, económicas. Finalmente, silenciosas.

Algunas personas comenzaron a morir en circunstancias extrañas. Siempre cerca de dispositivos de comunicación. Siempre catalogadas como “fallos humanos” o “accidentes eléctricos”. Los informes eran breves, fríos y repetían la misma frase: incumplimiento de protocolo.

Dentro de la empresa, nadie preguntaba. El miedo era más fuerte que la curiosidad. Afuera, la gente empezó a desconectar equipos, a cubrirlos, a desconfiar de la tecnología que antes celebraban. Las calles se llenaron de rumores y las redes —irónicamente— de denuncias.

Todo se derrumbó cuando una ingeniera, incapaz de seguir callando, filtró documentos internos. No explicaban cómo funcionaba el sistema, pero sí por qué: la empresa había decidido que la obediencia valía más que la vida. Que la infraestructura podía usarse como castigo. Que el control era más rentable que la confianza.

AuroraTel cayó en cuestión de semanas. Juicios, quiebras, prohibiciones internacionales. Pero el daño ya estaba hecho.

Desde entonces, la historia se enseña en universidades y foros de ética tecnológica con una sola lección clara:

Cuando una empresa confunde poder con derecho, la tecnología deja de servir a las personas y empieza a perseguirlas.

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